viernes, 2 de noviembre de 2007

TRIPULACIÓN COMPLETA

Primera mención en el XVII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa, organizado por Editorial Nuevo Ser, Buenos Aires, 2007.


El teniente Jeremy Dickson, de la Real Armada Británica, había recibido su asignación al HMS “Climpton” con verdadera satisfacción.
Se trataba del destructor más moderno de la flota, y el día en que el teniente se presentó abordo aún estaba en el dique de carena, completando su alistamiento.
Su proa lanzada parecía una invitación a cortar los trenes de olas a máxima velocidad. Su gris superestructura coronada de mástiles y antenas, se revelaba como el recinto en que habitaba la inteligencia coordinada de cien tripulantes entrenados para la acción. En cubierta, los sistemas de armas eran una clara muestra de la disciplinada determinación que los animaba. El conjunto era imponente. Los ingenieros navales habían logrado dar al “Climpton” la apariencia de un animal de pelea.
El comandante lo recibió en su cámara, y tras algunas breves preguntas formales acerca de sus destinos anteriores, le ordenó presentarse ante el segundo comandante.
Pero éste jamás lo llegó a conocer.
El teniente Dickson simplemente había desaparecido de a bordo de un buque de la Real Armada que ni siquiera se encontraba a flote, apenas diez minutos después de abordarlo.
La guardia de planchada no había registrado su desembarco, y una prolija búsqueda por todo el buque no arrojó ningún resultado. Ni siquiera podía pensarse que había caído a la platea del dique seco, pues en tal supuesto su cuerpo se habría precipitado entre la multitud de obreros del astillero que daban la última mano de pintura a la obra viva.
Cuando el capitán John H. Stone, del Real Servicio de Inteligencia Naval, tomó a su cargo la investigación del caso, no pudo menos que maldecir entre dientes. No solamente había tenido que interrumpir sus vacaciones en Escocia, sino que tenía la convicción de que sería muy difícil hallar una explicación que satisficiera a los almirantes.
En los varios años que llevaba desempeñándose en el Servicio había tenido que resolver varios casos de supuestas desapariciones de hombres de la Armada. Pero casi todas ellos se habían producido estando los hombres en tierra, y se explicaban como simples deserciones, o al menos demoras en presentarse abordo luego de un permiso en puerto. Recordaba el caso de un cabo que fue llevado a la Embajada Británica en El Cairo por la policía egipcia tres días después de que su buque zarpara de Alejandría. Había sido expulsado, ebrio como una cuba, de un cabaret portuario en el que había asegurado ser un Lord del Almirantazgo. O aquel otro, en que un maquinista quiso abordar su buque desde un bote varias horas después de vencido su permiso para bajar a tierra, y cayó al mar ahogándose en la dársena.
Pero este caso era diferente. El hombre desaparecido tenía una brillante foja de servicios, y había sido seleccionado, como toda la tripulación del flamante HMS “Climpton”, después de un riguroso proceso de análisis de sus antecedentes.
Dos días después, tras haber dedicado todas sus horas a releer una y otra vez el informe del comandante del buque, el historial del teniente desaparecido, y a solicitar se investigaran las comunicaciones telefónicas que éste había mantenido desde el momento de su designación para tripular el nuevo destructor, aceptó cenar en casa de sus suegros.
-Te veo preocupado, John -le dijo el almirante retirado David Mc Lean, el padre de su esposa, cuando compartían el café en el escritorio, luego de la cena.
El capitán Stone sabía que no debía comentar con nadie la información que manejaba en forma confidencial, pero no creyó violar la seguridad si le relataba al viejo almirante, sin precisar el nombre del teniente o del buque, la inexplicable desaparición que investigaba.
-Es curioso, John. Esas cosas no debieran pasar, pero suceden. Era yo guardiamarina en el “Dexter”, en Scapa Flow, cuando se produjo un caso idéntico. Dos hombres habían desaparecido sin dejar rastros del destructor “Climpton”, al que estábamos amarrados en segunda andana. Eran tiempos de guerra, y el caso se cerró como una simple deserción. Pero lo que se decía abordo era que habían desaparecido misteriosamente.
El capitán Stone se sorprendió al escuchar el nombre de aquel buque, y pidió lo repitiera.
-¿Cómo se llamaba el buque, Señor?
-“Climpton”. Era el HMS “Climpton”, un ex destructor americano que nos había sido cedido en préstamo en los tiempos en que Hitler planeaba visitar sin invitación al Rey Jorge en Buckingham Palace.
Esa noche el capitán Stone no pudo conciliar el sueño. Por alguna extraña casualidad, ambos casos se habían producido en buques que compartían el nombre. El “Climpton” actual era el sucesor de aquel otro, que había sido radiado del servicio activo y desguazado al finalizar la segunda guerra mundial.
Muy temprano, en su oficina, buscó en los archivos los antecedentes del caso que le relatara su suegro.
Pasó todo el día revisando carpetas de los tiempos de la guerra, pues la información jamás había sido volcada a las computadoras del Servicio.
Finalmente, halló lo que buscaba.
En noviembre de 1940, el marinero de segunda Peter Robinson, y el guardiamarina de reserva Louis Mc Millan había desaparecido de a bordo del HMS “Climpton”, ex USS “Connecticut”, el mismo día en que ambos se presentaran abordo por primera vez. Se había explicado como deserción, aunque el guardiamarina de reserva Mc Millan era hijo de un antiguo oficial, y acababa de ingresar como voluntario.
El capitán Stone había sido entrenado para no creer en casualidades, y su olfato de investigador le decía que, aunque pareciera descabellado, debía haber alguna explicación que relacionara aquel caso con el que ahora estudiaba.
Pidió los antecedentes de los buques que, a lo largo del tiempo, se habían llamado “Climpton” en la Real Armada. Halló una fragata de los tiempos de la primera guerra mundial, un vapor de la guerra de Crimea, y una corbeta en la flota del Almirante Nelson. Existían historiales de los dos primeros, en sendas carpetas. De la corbeta, en cambio, sólo menciones en listas de buques.
Revisó la carpeta de la fragata de 1915. Era un clásico buque de escolta propulsado a vapor, dotado de una alta chimenea en la que los diseñadores aún rendían tributo a la defectuosa combustión de carbón en las calderas elevándolas sobre las cubiertas en vano intento de mantenerlas libres de hollín.
Se sorprendió al encontrar que también dos de sus tripulantes habían desaparecido de abordo sin explicación. Eran un cabo artillero, llamado Joseph Donaldson, y el suboficial Robert O´Connor. Pero no existía ningún documento acerca del hecho más allá del Libro de Bitácora, que así lo indicaba, ¡precisamente en el día en que ambos se habían presentado a tomar servicio por primera vez!
Con profesional entusiasmo, y un innegable desconcierto, comenzó la lectura del legajo del vapor de guerra comisionado en 1854, al comenzar la guerra de Crimea.
No había allí información alguna sobre desapariciones de tripulantes. Pero sí se consignaba que el buque había sufrido, en puerto, un terrible accidente que costara la vida a toda la tripulación, y la pérdida del propio buque, que se hundió en la rada. La explosión de una de sus calderas había producido la voladura de la santabárbara. Ciento doce vidas se habían perdido allí, incluyendo la de su comandante.
Pero no todos habían muerto en la explosión. Seis de los tripulantes se encontraban en tierra en aquel trágico momento, pese a que el buque estaba en condición de zarpada. Así lo indicaba la Corte Marcial a que esos hombres habían sido sometidos, y que el Almirantazgo ordenó realizar al considerarlos culpables indirectos de la explosión. Su demora en embarcar hizo que las poco confiables calderas de la época fueran llevadas más allá de la presión que podían soportar.
Esta última información, procedente de un recorte periodístico anexado al sumario, lo hizo sonreír. La tardanza en regresar abordo les había significado ser dados de baja de la Armada Real, e incorporados como simples soldados a un regimiento de infantería. Jamás volverían a pisar, como tripulantes, la cubierta de un buque. “Sin dudas, esos tiempos eran duros”, pensó.
Pero su sonrisa se tornó en mueca cuando leyó la lista de los seis hombres. Eran los marineros Robert O´Connor, Louis Mc Millan y Jeremy Dickson, el cabo señalero Peter Robinson, el suboficial Douglas Lawfield, y el alférez Joseph Donaldson. ¡Esos nombres coincidían con los de posteriores desapariciones a bordo de otros HMS “Climpton”!
Solo había una excepción: no encontró ningún registro de que alguna vez la Armada perdiera a un hombre llamado Douglas Lawfield.
Revisó las listas de las tripulaciones de los sucesivos “Climpton”, y no halló a nadie de ese nombre. Revisó las nóminas de integrantes de la Marina Real desde cuando se conservaban datos, y encontró dos Douglas Lawfield. El primero había sido un cabo cocinero a bordo del portaaviones HMS “Ark Royal” durante la segunda guerra mundial. Había sido licenciado en 1946, y murió pacíficamente en Londres, en 1974, donde era propietario de un restaurante.
El segundo estaba en servicio activo. Era un teniente que desempeñaba tareas administrativas en las Oficinas del Almirantazgo.
Expuso sus hallazgos a su jefe, el vicealmirante Harry Hampton, y provocó en éste una risotada, además de un comentario sarcástico.
-Tal vez la explicación esté en que durante tus vacaciones en Escocia visitaste algún castillo con fantasmas prefabricados para los turistas, John.
Sin embargo consiguió autorización para que se destine al HMS “Climpton” al teniente Lawfield, y a uno de sus hombres de confianza. No podía explicar por qué, pero estaba convencido de que Douglas Lawfield era una pieza faltante en algún intrincado rompecabezas.
Dos días después ambos tenientes se presentaban, juntos, en su nuevo destino.
El hombre del Real Servicio de Inteligencia Naval tenía orden de no separarse de Lawfield ni a sol ni a sombra. Juntos se presentaron al comandante en su cámara, juntos fueron asignados al camarote 3 “b”, en la segunda cubierta, juntos se encerraron en él para cambiar su uniforme por el de diario. Por eso no tuvo explicación para dar cuando debió informar al comandante del “Climpton”, y al capitán Stone, que el teniente administrativo Douglas Lawfield había desaparecido del camarote que compartían. La puerta había estado cerrada con llave, y mientras él guardaba sus uniformes en la taquilla el teniente Lawfield tomaba una ducha en el baño, el que no poseía ventana alguna al exterior.
En la mañana siguiente, el caso se debatía en el máximo secreto en la oficina del vicealmirante Hampton.
Nadie lo había relacionado con el hecho de que, durante la noche, alrededor de las tres, los radares del puerto y los de al menos dos naves militares habían mostrado la inequívoca señal de un buque que abandonaba la dársena. Pero ningún buque faltaba de su sitio de amarre, y ninguno de los hombres que en ellos cumplían sus guardias consignó haber visto tal maniobra.
Sólo se consideró el tema cuando llegó a la mesa del Almirante un despacho urgente que procedía del Servicio de Comunicaciones. Éste indicaba que las computadoras habían registrado la recepción en Código Morse de un extraño despacho, tanto más extraño porque hacía más de treinta años que tal medio de transmisión de mensajes había sido desactivado para los buques de la Armada Real. El mensaje señalaba: “Vapor de Guerra HMS “Climpton” ha completado tripulación, y zarpa en cumplimiento de misión encomendada. 23 de agosto de 1854, 03.00 am”

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